lunes, 31 de mayo de 2010

Fin del cuento

Fin del recorrido, sentado en mi escritorio en Buenos Aires relataré la última parte del viaje.

Había dejado en la llegada a Paris desde Londres. Llegamos a Gare du Nord en Paris y en seguida buscamos el metro. Por suerte, las expendedoras automáticas de boletos, tenían la opción de mostrar el menú en algo así como español, así que no fue difícil conseguir los boletos. Bajamos a la estación de la línea 5 con rumbo a Bastille. Llegados a la mencionada estación caí en la cuenta de que no sabía la dirección del hotel ni en qué dirección caminar, yo había mirado en el mapa la estación de metro más cercana al hotel pero no había mirado mucho más. Recordé que Erica dijo algo de la Rue Saint Antoine y me vino a la memoria, vaya a saber de donde, el número 48. OK, miremos el mapa a la salida del metro. ¡Bingo! El hotel al que ibamos tomó el nombre del Legendario Hotel de Sully que, como punto histórico, figuraba en el mapa. Como Arquímedes, diciendo para mis adentros, Eureka, le pegué un tirón de brazo a Erica y le dije "vamos que ya sé dónde es". "¡Despacio, che!" fue la respuesta instintiva de Erica, a quien no le caen simpáticos mis tirones de brazos.



Salimos a la calle y nos encontramos con un nuevo desafío: la plaza de la Bastilla es una rotonda a la que concurren aproximadamente 8 calles. ¿Cuál de todas esas calles sería la Rue de Saint Antoine? Nuevamente apelé a mi instinto implacable (¿?). Le dije a Erica que se sentara en un banco que había ahí y mirase los bolsos (que pesaban cada vez más). Yo miré las calles del lado en que estábamos pero ninguna era la buscada. Luego pensé, en el mapa, la calle iba hacia el oeste así que sólo tengo que encontrar ese punto cardinal. Miré el monumento de la Bastilla, una columna alta con una especie de ángel en la punta, y como eran las nueve de la mañana, toda su sombra pauntaba exactamente hacia el ¡oeste! (con alguna desviación al norte, claro). Había que cruzar la avenida, esta vez, se lo dije serenamente a Eri, sin tirarle de ningún brazo. Cruzamos la gran avenida y, efectivamente, encontramos la, ya famosa, "ru de sanantuan". Trece cuadras más hacia el oeste y encontramos el Hotel Sully. Entramos y lo primero que le pregunto al franchute del otro lado del mostrador es "English?" con cara de asco me hace un gesto de más o menos y Erica tuvo la brillante idea de hacerse la que sabe francés y le dice que teníamos reservación. Claro, el tipo "chocho" nos habló todo el rato en francés, como si le pudieramos entender algo. Como vio mi cara de pocos amigos, me repitió en inglés, del peor, que podíamos dejar los bolsos ahí y volver al mediodía, para que pudieran terminar la habitación.

Nos habíamos levantado a las cinco menos cuarto de la mañana para tomar el tren y eran las 10 con una hora de cambio de horario! Queríamos dormir un rato, pero bueno, no había otra así que nos fuimos a caminar por la Rue de Saint Antoine que luego se transformó en la Rue de Rivoli. De más está aclarar que no teníamos ni plano ni nada que se le parezca. Pasamos por un mercado de frutas y pescados en la plaza, por una iglesia bastante imponente a la que entramos. Desde esta iglesia, Saint Gervais, se ve el Sena y, justo enfrente, la Ile Saint-Louis. La miro a Erica y le señalo en esa dirección mientras le pregunto: "¿Se te ocurre qué es eso que se ve ahí?". "No" OK, caminemos un poco por acá que creo saber qué es. Caminamos y llegamos a una plaza grande, en frente, un puente para cruzar a la isla. "¿Segura que no sabés?, mirá el cartel." Efectivamente, nos habíamos tropezado con la Catedral de Notre Damme. Contentos caminamos el trecho que faltaba para llegar mientras mirábamos todos los locales de venta de souvenirs, aunque ya con más ganas mirábamos los que vendían sandwiches en baguettes. Hicimos la cola para entrar y recorrimos Notre Damme. Cuando salimos, nos compramos unos sandwiches de baguette y unas coca-colas y nos sentamos en la plaza del Hotel de Ville a comer bajo el radiante sol. Volvimos por la Rue de Rivoli hasta el hotel, ya se había hecho la hora. Llegamos, con sudor y lágrimas subímos los bolsos dos pisos, nos tiramos a descansar unas cuatro horitas, nos bañamos y ya salimos otra vez.

Ahora si, habiendo pedido un plano y con rumbo definido, tomamos el metro para ir hasta la Torre Eiffel. Pero primero nos tomamos unas cervecitas y comimos un croque con papas fritas en una de las típicas mesitas en la vereda mirando a la calle. Un poco mareados por las cervezas, fuimos al metro. Cuando salimos de la estación del metro más cercana, miré hacia todos lados para ubicar la torre. Como Erica estaba distraída, le señalo y le digo: mirá para allá. El gesto de sorpresa al ver semejante bodoque, de golpe y sin anestesia, fue casi gracioso. Me empecé a reir de la cara que había puesto. Caminamos y sacamos fotos desde todos los ángulos y formas posibles. Fue oscureciendo, hicimos la cola y subimos de noche hasta el segundo nivel. Estuvimos como media hora filmando y sacando fotos (obviamente movidas porque era de noche). Al bajar todavía nos quedaban ganas de ir hasta el Arc de Triomphe y caminar por los Champs Elysèes. A las doce la noche y Erica ya con mucho dolor en su rodilla, tomamos el metro y terminamos comiendo una hamburguesa asqueante en un Mc Donalds horrible cerca del hotel.

Al día siguiente salimos a caminar, pasamos por la Ecole Politecnic (o como se escriba), por la Sorbona, la Iglesia de Santa Genoveva (patrona de la ciudad) en la que sacamos muchas fotos. Luego pasamos por el panteón pero, como había que pagar, preferimos seguir caminando. Llegamos a los jardines de Luxemburgo en cuya puerta nos compramos un helado. El sol estaba fuertísimo y hacía mucho calor. Casi arrastrándonos, llegamos caminando hasta el Louvre. Las piernas ya no querían más. Les copiamos a mucha gente que había allí y metimos los pies en las fuentes del Louvre. ¡Un cacho de cultura! Ya era tarde para entrar y además estábamos muy cansados. Empezamos a emprender el retorno. En un bar que encontramos por ahí nos tomamos otras cervecitas con otro croque. El mozo que nos atendió, que se parecía a Antonio Banderas, cuando le pedí que me hable en inglés, empezó a tartamudear! ¿Se habrá puesto nervioso? Volvimos al hotel siendo las siete de la tarde, aproximadamente. Nos tiramos a descansar un ratito que duró hasta las nueve de la mañana del otro día! Definitivamente estábamos cansados.

Lo primero que hicimos el Lunes a la mañana fue ir a tomar un desayuno suculento, con facturas y pan con manteca y dulce. Una vez repuestas las energías, Salimos rumbo al metro nuevamente pero esta vez para ir a la basílica del Sagrado Corazón en el barrio de Monmartre (que siempre me recuerda a Julio Sosa y su Madmoiselle Ivon) Mientras subíamos desde la estación de metro hasta la basílica, nos preguntábamos dónde estaban los vendedores de agua cuando uno los necesita. ¡Qué calor que hacía! En fin, llegamos conocimos la basílica y luego comenzamos nuestra cruzada por conseguir una estampita de Juana de Arco, pedido de la tía de Eri. Acá empieza de nuevo el inconveniente de andar sin planos. Claro, la bendita capilla está fuera del plano turístico. Alguna idea de por dónde estaba tenía porque me había fijado en google, pero de ahí a saber cómo llegar, sólo Juana de Arco que nos debe haber guiado desde algún lugar, sabe cómo hicimos. Anduvimos un rato por calles siguiendo nada más el olfato hasta que encontramos un plano en una parada de colectivo que confirmó nuestro buen olfato y nos terminó de orientar. Por el camino, el panorama se fue oscureciendo, es decir, por un momento pensé que estaba en Argelia o Marruecos. El barrio latino, con el tiempo, se transformó en el barrio negro y amarillo. Llegamos a la capilla para tener la agradable noticia de que estaba cerrada. ¡Genial! sacamos dos fotos al lado de la estatua de Juana y salimos, como quien dice, rajando.

De vuelta en la zona turística nos despachamos los primeros y únicos churrascos de toda la Europa con tanto placer que no importó cuánto costaron. Después del cafecito seguimos caminando y pasamos por el Cemetiere de Monmartre, el Mouline Rouge, más adelante por varias iglesias que mi memoria ya no puede retener hasta que, queriendo llegar al teatro de ópera, nos chocamos con las Galerías Lafayette. Media hora allí dentro, algunas pequeñas compras y muchas risas por los precios ridículos. Tomamos el metro y volvimos al hotel a preparar todo para viajar de nuevo al día siguiente.

A las 4:45 de la mañana nos levantamos y salimos hacia el metro. La tarde anterior nos habían dicho que el metro andaba a las 5 de la mañana así que, confiados, salimos para llegar hasta Port Maillon, donde debíamos tomar el micro hasta el aeropuerto de Beauvais. Llegamos a la entrada de la estación de metro y la persiana estaba a medio subir. Entramos porque supusimos que estarían abriendo. Compramos los boletos y les preguntamos a unos tipos ahí si sabían a qué hora pasaba el primer tren. El tipo me mira con cara rara y me contensta que dentro de 25 minutos más o menos. Eso ya no me cayó bien, teníamos tiempo suficiente pero habíamos hecho todo a las corridas de gusto nomás. Luego me dice que no pasemos todavía a los andenes, que nos quedemos en el hall. Acto seguido, se van y ¡bajan la persiana! Si, señoras y señores, nos dejaron encerrados. Cuando ya me empezaba a poner nervioso, aparece una empleada de la boletería que nos dice que en 20 minutos tiene que pasar el primer metro y nos quedamos tranquilos. Abrieron las persianas, más gente empezó a aparecer y nos fuimos al andén. Allí sonaba una sirena como de toque de queda en una ciudad después de un bombardeo pero que, supongo, indicaba que no había comenzado el servicio de metro aún. A los 20 minutos vino el metro y llegamos a tomar el micro y, finalmente al aeropuerto que quedaba muy lejos de Paris.

Tras un nuevo vuelo en RyanAir llegamos a Girona, España. El aeropuerto de Girona está aún más lejos de Barcelona que el de Beauvais de Paris: 90 kilómetros. Nuevo Micro y llegamos al mediodía a la Estació du Nord en Barcelona. Allí comimos algo y luego lo llamé a Héctor que nos vino a buscar en seguida y nos llevó a su departamento, al que recién se había mudado y aún no tenía colchón. En el camino me mostró en un plano más o menos lo que convenía ver y cómo podíamos movernos con el metro. Dejamos los bolsos en su departamento, nos dio las llaves y una tarjeta de metro, y salimos a la calle nuevamente.

Obviamente, lo primero que fuimos a ver fue la Sagrada Familia, eternamente en construcción e infinitamente asombrosa. Podría haber estado días sacándole fotos y mirando los detalles pero nuestro tiempo en Barcelona era escaso, uno de los más cortos del viaje, así que seguimos. Fuimos al Parc Güell, donde estaba la casa de Gaudí entre otras cosas. Lo más curioso fue llegar por medio de escaleras mecánicas a lo largo de la calle. Si no hubiesen estado creo que no hubiésemos subido. Nuestras piernas ya pedían cambio. Bajamos de Parc Güell y yo ya no resistía las ganas de meterme en el mar, de hecho, ya me había puesto el short de baño abajo del pantalón y todo, así que tomamos metro hasta la Barcelonetta y fuimos a conocer la costanera y el mar. Había mucho viento y se estaba nublando, además el mar estaba muy frío, con lo cual solo metí las piernas. Me di el gusto. De regreso caminamos por el barrio gótico, pasamos por la Catedral, entre otros edificios relevantes, y llegamos a la plaza Catalunya, en donde está El Corte Inglés. A Eri se le pasó el dolor de las piernas y hasta encontró una remerita para comprarse. Caminamos brevemente hasta llegar a la Disquería FNAC para buscar algún CD solicitado y, no acordándome el nombre exacto del disco, nos fuimos sin comprar nada, con el deber de chequear el nombre. Volvimos al departamento, comimos y nos fuimos a dormir en el flamante colchón que Héctor compró por la tarde.

A la mañana siguiente, nos despertamos a las diez de la mañana cuando llegó Héctor de trabajar (en el casino). El desayuno fue en el balcón del departamento, a puro sol, con jugos de fruta y facturas que Eri y yo, supimos maniobrar para enchastrarnos bastante. El día que nos quedaba en Barcelona era muy corto ya que a las tres de la tarde teníamos que volver al aeropuerto de Girona para Volar a las siete a Venecia. Héctor nos consiguió pases para el tour de Barcelona con lo cual en dos horas vimos a vuelo de pájaro, gran parte de lo que no habíamos visto: Monjuic, la Villa Olímpica, El estadio del Barça, entre otras cosas. Nos bajamos en la Pedrera a la que no pudimos entrar, lamentablemente porque no nos daba el tiempo, y caminamos por el Paseig de Gracia hasta la Plaza Catalunya otra vez. Obviamente no había chequeado el nombre del disco para Martín, pero con un golpe de suerte conseguimos internet y gratis en la misma disquería (había unas Mac para probar que estaban conectadas a Internet) y finalmente compramos el disco. Como me gusta decir, salimos rajando de regreso a buscar los bolsos, nos despedimos de Héctor y fuimos en taxi otra vez hasta la Estació du Nord.

Juro que nunca odié tanto los semáforos y, más aún, los de Barcelona. ¡No hay chance de que se puedan tomar dos semáforos consecutivos con luz verde! No habíamos querido ir en metro para no tardar tanto, además de para no cargar tanto los bolsos, y resulta que en taxi no llegábamos nunca. Llegamos. Le pago al tachero que, mientras me da los bolsos, me dice: mira que están pesados! Me contuve, una respuesta en ese momento hubiese sido cruel. Entretanto escucho desde adentro de la estación: "Aeroporto Girona". La miro a Erica un segundo y le digo "están anunciando el micro, se está yendo, apuremos el tranco a ver si lo agarramos". Cruzamos todo el puente sobre las dársenas y miro en la pantalla que el micro efectivamente salía 15:30 (y se estaba yendo) y el siguiente ¡salía 16:30!. Insulté, me pregunté cómo podía ser, si a la mañana salían cada media hora, no le dije nada a Eri y empecé a correr con los dos bolsos encima, bajé las escaleras, llegué a la dársena y ahí estaba el micro cerrando las puertas de las bodegas. Adelante mío un chofer le explicaba a unas chinas que no había lugar. Insulté de nuevo y le pregunté si no había más lugar. llega Erica que no entiende nada y le digo, no entramos, hay que esperar hasta las cuatro y media, y revoleé los bolsos al piso... El micro se está por ir, llega un flaco corriendo y le abre la puerta. ¿Cómo?, lo miro al chofer y le digo "¿Hay o no hay lugar?" y el tipo me dice que si, el otro, que antes me había dicho que no, me dice, "¿pero teneis tickets?" a lo que de muy mala manera le contesto "CLARO QUE TENGO, ¡COMPRAMOS DE IDA Y VUELTA!" ,"¡pues suban entonces!". Cargamos los bolsos en las bodegas y salimos para el aeropuerto. Me llevó 15 o 20 minutos tranquilizarme. Después concluí que había sido mi culpa por no preguntar como correspondía. La cuestión es que llegamos a Girona con un hambre fatal ya que eran las cinco de la tarde y nuestra última comida había sido el desayuno a las diez de la mañana. Hicimos el despacho de bolsos y comimos algo en el bar. Mientras comíamos vimos como un tano peleaba con la asistente de Ryan Air ya que, por algún motivo, no podía viajar.

Ocho y media aterrizamos en Treviso, a las diez menos cuarto de la noche llegamos a Venecia. ¿Adivinan qué? es lógico, no habíamos impreso las indicaciones para llegar al hotel, Venecia de noche no es fácil, no hay sol para ubicar los puntos cardinales, la oficina de turismo ya estaba cerrada para pedir un plano, el Carabbinieri me indicó la calle como le pareció a él...

En el medio de la Piazzale Roma sacamos la notebook y leímos las instrucciones. De todos modos, todo se atenuaba con la belleza de Venecia. Llegamos a la oficina de recepción del "hotel". Allí una señora muy amable nos explicó que la habitación estaba en el centro de Venecia y que convenía ir a pie ya que, el vaporetto paraba lejos. Erica a veces es demasiado expresiva con su cara y sus gestos, supongo que la señora habrá entendido la puteada de mi esposa sin necesidad de entender el idioma. Arrastramos los bolsos por las calles de Venecia, de noche, haciendo varias paradas hasta llegar a la habitación, enorme (en el segundo piso, de las escaleras no nos salvamos nunca en este viaje). Salimos a comer y volvimos a dormir.

Al otro día, lo primero que hicimos fue comprar los billetes de tren para volver a trieste el viernes por la mañana y después tomamos el vaporetto hasta la Piaza San Marco. A puro sol Venecia y yo sin gorra, me tuve que comprar una. Claro, para entrar a las iglesias, también Erica, que estaba en musculosa, se tuvo que comprar una pashmina. Entramos a San Marco, un lugar extraordinario. Comimos sandwiches en la Piaza, la mitad en un lugar y la otra mitad en otro luego de que un carabbinieri nos echara de la escalinata. Después volvimos para atrás y cruzamos el gran canal para ir a la otra gran catedral que está en frente de San Marco (su nombre ya escapa a mi memoria). En el camino sacamos entradas para escuchar y ver a los Interpreti Veneziani en la Chiesa San Vidal, que tocarían las cuatro estaciones de Vivaldi. Estuvimos en la iglesia devenida en museo de Vivaldi. Caminamos todo lo que pudimos de Venecia y nos fuimos a cambiar al hotel. Descansamos un rato y, ya mejor vestidos, enfilamos para la San Vidal a escuchar mi tercer (de Erica el segundo) concierto de música clásica del viaje. Estuvo muy bueno, al final tocaron la Danza Macabra de Saint-Säenz, que me dejó enamorado. Al regreso comimos pizza en un lugar en que parecía nos rogaban que nos sentemos y, después, como tenían que cerrar, parecía nos rogaban que nos fuéramos. Finalmente fuimos a tomarnos unos tragos a un chiringuito en la calle, que ya nos había tentado la noche anterior. Erica se puso un poquito alegre y borracha por... creo que tercera o cuarta vez en el viaje, y nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente nos despertamos, cerramos los bolsos, tren, Trieste, 51, Ronchi dei Legionari, Fiumiccino, mi enojo con todos los argentinos que querían subir cueste lo que cueste al avión sin respetar el orden, muchísima turbulencia, Tormentas en Brasil y norte de Argentina, Ezeiza, Lluvia torrencial, otra agarrada con uno que se quería colar en la cola de migraciones, bolsos aduana, remisse, casa.

Esto ha sido todo señoras y señores.
Espero no haberlos aburrido,
demasiado.

Salud.

2 comentarios:

  1. cero correcciones. qué hermoso es volver a leerte.
    (tuve que ausentarme, y estuvo bien...)

    un abrazo


    V*

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  2. Parece ser que luego de leerte me siento haber recorrido todo con vos :)

    =) HUMO

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