sábado, 5 de febrero de 2011

Los miserables, Víctor Hugo, Fantine, cap. 12, Año 1862

[...] Vivimos en una sociedad sombrìa. Medrar: tal es la enseñanza que gota a gota cae de la corrupción a plomo sobre nosotros.

Dicho sea de paso, el éxito es una cosa bastante fea. Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres de tal modo, que para la multitud, el triunfo tiene casi el mismo rostro que la superioridad. El éxito es compañero del talento, tiene una víctima a quien engaña, y es la historia. Juvenal y Tácito son los únicos que de él murmuran. En nuestros días, ha entrado de sirviente en la casa del éxito una filosofía casi oficial, que lleva la librea de su amo y hace oficios de lacayo en la antecámara. Tened éxito: ésta es la teoría. Prosperidad supone capacidad. Ganad a la lotería y sois un hombre hábil. Quien medra es venerado. Naced de pie: todo consiste en esto. Aprovechad la ocasión de medrar y tendréis lo demás; sed afortunado y os creerán grande. Fuera de cinco o seis excepciones inmensas, que son el orgullo y la luz de un siglo, la admiración contemporánea no es sino miopía: se toma el similor por el oro: no importa que uno sea advenedizo si llega a su objeto el primero. El vulgo es un viejo Narciso que se adora a sí mismo, y que aplaude todo lo vulgar. Esa facultad enorme por la cual un hombre es Moisés, Esquilo, Dante, Miguel Ángel o Napoleón, la multitud la concede por unanimidad y por aclamación a quien alcanza su fin, sea en lo que sea. Que un notario se transforme en diputado; [...] que un eunuco llegue a tener su harén; que un militar inepto gane por casualidad la batalla decisiva de una época; [...] que a un mayordomo de buena casa, al salir del servicio, se le haga ministro de Hacienda, no importa: los hombres llaman a esto Genio, lo mismo que llaman Belleza a la figura de Mosquetón, y Majestad a la tiesura de Claudio. Confunden las huellas estrelladas que dejan en el cieno blanco de un lodazal las patas de los ganzos con las constelaciones del firmamento.

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