martes, 8 de enero de 2013

¿Cosas que pasan?

Desde hace varios días vengo, otra vez, tejiendo en mi cabeza la trama de una novela que empecé a escribir hace casi tres años. La escritura va muy lenta porque, en general, no tengo ni el tiempo ni el lugar y porque mi trabajo de ingeniero, a veces, me produce un cansancio mental que me impide realizar cualquier otra actividad intelectual.


Año tras año en esta época, más porque mi cerebro ya está harto de modelos matemáticos y computacionales que porque mengüe el trabajo, empieza a tomar brillo nuevamente la idea de la novela. Releo lo que tengo escrito para refrescar la memoria, corrijo algunas cosas que no me convencen demasiado y finalmente empiezo a escribir algo nuevo. En general, tengo una idea bastante completa de la historia que escribo pero me faltan algunos episodios intermedios, algunas justificaciones para ciertos eventos e, incluso, algunas cosas todavía pueden cambiar.

La cuestión es que durante estos días me la paso elucubrando diálogos entre los personajes, lugares, situaciones. Normalmente, me resulta muy fructífero salir a caminar y observar el entorno. De esa manera, obtengo muchas ideas. Por ejemplo, una mujer con determinado vestido o determinados colores me viene bárbaro como reflejo de alguno de mis personajes femeninos; un policía fumando en la esquina me ayuda a delinear la fisonomía de los policías de mi ficción, y así.

Ayer era uno de esos días, habíamos quedado con Erica para encontrarnos en el Mc Café de Cabildo entre Lacroze y Olleros a las siete de la tarde. Ella tenía que ir a ver al especialista en muñeca que está ahí cerca y tenía que llevar una resonancia y unas radiografías. Para que no tuviera que cargarlas todo el día, le dije que las dejara a mano en casa y yo se las alcanzaba cuando ella volvía del trabajo. Así fue, a las seis de la tarde, agarré la bolsa con los mencionados estudios y decidí caminar por Cabildo desde Congreso hasta Lacroze. No hacía tanto calor porque el sol ya estaba atrás de los edificios y había algo de viento. Al cabo de dos o tres cuadras ya había perdido completamente la noción de la realidad y me hallaba inmerso en ese universo paralelo que, por ahora, sólo existe en mi cabeza. A veces pensaba como un tal Bautista Lynch, otras como tal otra, llamada Romina Díaz. Por momentos era el comisario inspector Luengo y otras, algún subalterno.

Cuando estoy en este estado de abstracción total casi no presto atención a los sucesos excepto, claro, cuando cruzo la calle aunque a veces ni siquiera. En cambio, voy registrando imágenes, como si fuese sacando fotos de paisajes. Saco fotos de personas, de edificios, del cielo... pero todo esto sin sonido. El sonido de la realidad queda completamente silenciado por el sonido de mi universo paralelo.

De repente, a la altura de José Hernandez o Virrey del Pino, no puedo decirlo con precisión, un sonido y una imagen de la realidad me asaltaron con la clara intención de sacarme de mi trance.

-Disculpame... Disculpame... ¡Disculpame!-

Una mujer que pasaba al lado mío, pero en sentido contrario me hacía señas con su mano derecha. A veces sospecho que tengo cara de bueno o de psicólogo o de alguien que escucha o de gil, no lo sé pero, por alguna extraña razón, mucha gente me para en la calle para consultarme alguna cosa: "¿dónde queda tal calle?", "¿Cómo hago para llegar a tal lado?", "¿Sabe si el 60 está de paro?". Tal vez mi cara es bastante transparente y deja ver que me gusta colaborar siempre que puedo, casi por propia satisfacción.

Volvamos a la señora. Cuando atravesé la barrera ficción-realidad hacia el lado que menos me gusta, la señora ya iba por su tercer "disculpame" yo ya la había dejado medio atrás y podría haberme hecho el distraído completamente. Pero no, al mismo tiempo que pensaba en hacerme el distraído, giré la cabeza y la miré, dejando en claro que la había visto. Ahora ya tenía mi atención.

Empezó a hablar pero yo no podía escucharla. Primero porque hablaba muy bajito y segundo porque el ruido de la calle, con los motores y los bocinazos típicos de la hora pico en Buenos Aires, la tapaban casi por completo. Tuve que hacer un nuevo esfuerzo sumado a bajar de mi mundo, agudizar el oído. Con todo, escuché la mitad de la historia:
- ...me robaron ...tengo que medirme la glucemia... dos pesos, con uno también me sirve... me cobran veinte pesos cada vez que tengo que medirme y necesito comer algo...- Me miraba implorando y yo miraba a un policía que había a unos veinte metros.

Lo primero en que pensé fue en que si le habían robado, debería haber hecho la denuncia y pedirle ayuda a algún policía. En tal caso la hubiesen provisto de lo que le fuese menester. Inmediatamente, encadenando un pensamiento al otro, deduje que podría estar mintiendo. En ese punto me sentí mal conmigo mismo porque, ¿qué clase de persona inventa una historia así para pedir dos pesos? Más probable es que la gente no confíe en la policía, lo cuál me parece igual de horrible, y no denuncie un robo. Todos estos pensamientos que describo con tantas palabras, en realidad, pasaron por mi cabeza en un segundo.

En fin, decidido a darle los dos pesos que me pedía, mintiese o no, me vi en una situación aún más incómoda. Recordé de repente que, al mediodía, la plata no me había alcanzado para pagar el almuerzo y había tenido que pedir prestados cinco pesos. Es decir, en mi riñonera llena de tarjetas inútiles, no tenía efectivo. No tenía ni dos pesos para darle a esta señora. Al salir de casa había pensado en pasar por un cajero automático para sacar algo de plata. No se puede andar sin nada. Pero, claro, habiendo caminado en tal estado de obnubilación, me olvidé por completo. Y ahí estaba yo, parado ante esa mujer que me pedía dos pesos para no quedarse hipoglucémica, sin un peso en efectivo.

-Disculpeme pero, ¿sabe?, sinceramente, no tengo un peso...- Empecé a decir no sé con qué cara. Evidentemente, mi supuesta cara de bueno, para la mujer, se transformó en cara de piedra. Ella se irritó de una manera que me dio miedo y empezó a gritarme:

-¿Sabés qué? ¡Todo el mundo miente para no ayudar!-

-Señora, le juro que no tengo plata, le puedo mostrar mi billetera...- intenté calmarla mientras intentaba abrir mi riñonera para demostrarle que era sincero. No hubo caso, no quería escuchar razones. 

-¡Nadie quiere ayudar! ¡Ojalá que cuando te roben nadie te ayude! Para que veas...- Y no sé qué dijo después porque ya se había dado vuelta y seguía caminando hacia el norte.

Me quedé petrificado con las manos en el cierre de la riñonera, siguiendo el rumbo de la mujer con la vista perdida. Volví a mirar al policía que seguía ahí parado, inmutable. Me di vuelta y seguí caminando rumbo a Lacroze completamente desconcertado. Cuando llegué a la esquina abrí la riñonera, finalmente, para verificar que no había mentido: nada, lo único que tenía de efectivo era una moneda de veinticinco centavos. Eso no me tranquilizó. Pensé "pobre mujer, nadie querría ayudarla". Entendí su frustración pero me dolió, como me duele siempre, que me dijera que le mentía. No soy de los que mienten, no me gusta mentir porque después hay que andar cubriéndose y es una tarea muy ardua pero, por sobre todo, porque no está bien. Las cuadras que me faltaban hasta mi destino también las caminé ausente pero ahora estaba sumido en otros pensamientos. Estaba lleno de rabia por lo que me había pasado. Pensaba en que podría haber ido a un cajero y darle plata, aunque corría el riesgo de que, en verdad, la historia de la mujer fuese mentira y me robara. Podría haberla evitado, haciéndome el distraído. En fin... pensé un montón de cosas. Estaba muy contrariado.

Al cruzar la avenida Lacroze, vi que Erica ya estaba parada en la puerta del Mc Café esperándome. Evidentemente soy muy transparente.

-¿Qué te pasa? ¿Estás bien?-

-Más o menos, pidamos el café y después te cuento...-

Después de contarle todo con lujo de detalles y repetir los gritos y las expresiones de la mujer en cuestión me quedé más tranquilo. Fuimos a visitar al especialista en muñeca de Erica, que de hecho, le hizo doler bastante durante los exámenes clínicos. Mientras el médico preguntaba si dolía tal o cual movimiento y Erica ponía caras de dolor imposible yo decidí que tenía que escribir esta historia. ¿Quién sabe? Tal vez todo esto no me había pasado a mi en realidad, sino a Bautista Lynch y yo, simplemente, lo imaginé...

2 comentarios:

  1. Un conocido nuestro me contó el otro día que alguien se le había acercado a pedirle ayuda porque lo habían asaltado... POR SEGUNDA VEZ. "No, hermano, no me jodas, ya caí la primera..."
    Alguna vez que yo paseaba con bastante tiempo disponible acompañé a un chabón hasta una farmacia para comprar la leche para neonatos que alegaba necesitar. "Efectivo no tengo, pero te acompaño a la farmacia y me hago cargo del pago con la tarjeta." Al final no sé si es que no encontró la que necesitaba o qué, me dijo que no me molestara más, que le diera un poco de efectivo y él seguía buscando. No, efectivo no tengo...
    ¿Sería verdad que la señora había sido asaltada? Quizás. Más allá de eso, a mí personalmente hay muy pocas cosas que puedan llegar a ofenderme. Especialmente: que me traten de mentiroso, cagador o deshonesto.

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  2. Justo hoy me paso que al llegar a la parada del Metrobus y casi corriendo para subir al colectivo que se estaba por ir me encuentro de frente con un chico que me pregunta directamente sino le podía "prestar" un boleto. Para sorpresa mía, yo no dude ni medio segundo y le dije que sí. En otros tiempos, después de hacer una cosa así, yo me hubiera puesto a analizar si es que acaso eso no fue un engaño y yo caí como una tonta. Pero ahora ya no, sigo mi vida y ya. No importa si mienten, no importa si creen que sos un mentiroso y desalmado más. Lo que vale es tu bondad, tu transparencia, tu atención, tu compasión. Quedate con eso. Por alguna razón esa señora no supo verlo ni apreciarlo...

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