viernes, 20 de diciembre de 2019

Nuevos tiempos

La última vez que escribí acá lo hice desde el miedo, desde la profunda convicción de que estábamos en un rumbo oscuro. Me preocupaba el futuro de mi familia, de mi hijo de solo 3 meses frente al panorama que pintaba el flamante (des)gobierno.
El ser humano se acostumbra a todo lamentablemente. Y nos acostumbramos a sobrevivir y convivir con el disgusto de la desgracia del hermano, a protestar, a difundir lo que se escondía tras pantallas de colores (amarillos). Y en algún momento comprendí que no podía dejarme llevar por el influjo de mala onda en la crianza de un hijo. Una responsabilidad tan bella merece dedicarse a pleno y poner el mejor empeño.
Debo reconocer que tuve suerte. No me tocó la peor parte de ese desastre que fue la Argentina macrista. Aunque en el aspecto científico y técnico fue lamentable, la ventaja de trabajar en una empresa productora de energía hizo que fuésemos de los menos golpeados. Si cabe, considerando que rompieron y patearon todos los proyectos futuros y nos desfinanciaron completamente al punto de no saber si íbamos a cobrar el sueldo en febrero de este horroroso año 2019.
Contra viento y marea pusimos en marcha de nuevo Embalse. Laburamos mucho. Costó un horror estar lejos de la familia durante 3 meses en la mejor etapa de crecimiento de Ale. Pero esas interminables jornadas de 12 horas ayudaron a acomodarnos mejor económicamente y mitigar la incertidumbre del sueldo agotado el 10 de cada mes.
Y entonces decidimos que no es bueno que un niño no tenga hermanos y que tampoco es bueno traer un hermano cuando ya no haya paciencia.
En el horizonte empezaba a vislumbrarse la confirmación de que la decadencia y ocaso del macrismo era un hecho. ¿Podría ser posible que vinieran tiempos mejores?
Como un mantra me repetí que si mi primer hijo había venido con el peor gobierno de los últimos tiempos, entonces un nuevo hijo traeria seguramente un gobierno mejor.
Sucedió así.  Macarena trajo a Alberto Presidente.
La felicidad que nos produce tener un hijo, verlo crecer, desvelarse para darle de comer o para cobijarlo, no tiene punto de comparación con la alegría de ver que se fueron esos desgraciados y de saber que sobrevivimos y que vinieron unos que, al menos, parecen tener todas la intenciones de compensarnos el destrato. Es una dimensión distinta de felicidad. Pero el complemento es disfrutable al máximo.
Queda ver ahora, conociendo la experiencia de nuestros vecinos países,  cómo sigue esto. Cuánto lo van a dejar maniobrar, cuánto va a poder avanzar... habrá que estar muy atentos porque lo peor todavía no terminó.  Acaso recién esté empezando...

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