Mi relación con la literatura últimamente es conflictiva. Como en todo romance ocurre, de vez en vez aparece una crisis. Esta crisis, sin embargo, es unilateral. A las letras les da igual que yo las lea o las escriba, las ordene o las desordene. En cambio, yo me siento vil por dejarlas ahí abandonadas, esperando que mi pereza se canse de entretenerme y, al fin, me permita sentarme a poner por escrito todo lo que hay en mi cabeza: la ya famosa novela que intento, cuya concreción resulta asintótica; varios cuentos que aún no son más que un título y algunos personajes con o sin nombre; algún que otro ensayo...