Sintió una presencia. Algo perturbaba la calma de la mañana. No había ruidos ni olores diferentes a los de cada día, sólo la luz del sol filtrándose tímidamente entre las cortinas. Por un momento, la tibieza tenue del otoño le quitó esa sensación extraña cambiándola por un reconfortante placer. Acomodó las cobijas de la cama para que le cubrieran totalmente los hombros. Decidió que dormiría un rato más...
Durmió breve pero intensamente. La misma sensación extraña que había tenido durante la corta vigilia de un instante atrás, la asaltó en su sueño. Allí, sin embargo, la extraña presencia aparecía en forma de ojos detrás de las puertas de un armario que lentamente se iba derritiendo en el suelo y luego, se evaporaba. Los ojos quedaban, entonces, flotando en el aire rodeados de un humo a veces celeste, a veces rojo... "Dónde había ido toda esa ropa que antes había estado en el ropero, ahora devenido colorida bruma", se preguntó. Enseguida se dio cuenta de lo absurdo de su cuestionamiento y, también, que empezaba a sentirse aterrorizada. Saltó de la cama y quiso escaparse por la puerta de la habitación pero, inmediatamente, el humo la alcanzó y la rodeó formando una pared. "¡Qué tontería, una pared de humo! Cualquiera puede atravesarla", pensó. Pero esta no era una pared de un humo cualquiera, era de un humo que antes había sido ropero. Mientras se esforzaba por encontrar una salida, se abrió un hueco en el suelo y ella comenzó a caer. Rápidamente descubrió que esa caída no era tan terrible. Su cola se deslizaba suavemente sobre una de esas paredes que ahora, más que de humo, parecían de algodones con los colores que forman el arco iris. También descubrió que junto a ella caían sus vestidos, sus blusas y sus tapados, en definitiva, toda la ropa que habitaba en el ropero-humo. "¿A dónde me llevará este tobogán tan maravilloso?" No tuvo tiempo de imaginar una respuesta. Antes, al final del túnel mágico por el que viajaba, apareció su cama con las cobijas abiertas, listas para recibirla y arroparla. Como la boca del túnel estaba bastante más alta que la cama, cayó con bastante estruendo y, si bien no sintió el dolor del golpe, el impacto fue suficiente como para que se despertase.
Se sentó repentinamente en la cama, entre asustada y confundida. "Qué sueño tan extraño", pensó. No lo dudó un segundo, se paró de un salto y abrió el ropero. Todo estaba en orden: sus vestidos, sus blusas y sus tapados estaban perfectamente colgados en sus perchas. Entonces volvió a sentir una presencia; como si un par de ojos la estuviese mirando. Escuchó con asombro que algo o alguien chistaba detrás de ella. "No puede ser." Tardó diez segundos en tomar la decisión de mirar hacia atrás y otro tanto en girar el cuello para mirar efectivamente. "Nada."
Comenzó a elucubrar acerca de la posibilidad de que aún siguiera soñando pero todo era tan vívido que terminó desechando esa hipótesis. Dio por sentado que todo era producto de su imaginación y de la excitación que aún persistía por el sueño que había tenido. Tomó confianza nuevamente y decidió que sería mejor prepararse el desayuno. Tomó la bata que yacía a los pies de la cama y entonces, mientras introducía el brazo derecho en la manga correspondiente, hizo un descubrimiento asombroso.
En la pared detrás de su cama, normalmente colgaba un cuadro que representaba a un niño durmiendo en una cama, en medio de un jardín repleto de flores, bajo una noche de grandes estrellas y luna en cuarto menguante. Por un motivo que no alcanzaba a entender, el cuadro se había inclinado hacia un lado. Pero lo que la dejaba aún más asombrada es que nunca antes se hubiese dado cuenta que esas dos estrellas más brillantes junto con la luna en cuarto formaban, sin ninguna duda, un rostro sonriente. Entonces empezó a comprender. Rápidamente fue a ponerse en su posición de dormir en la cama y miró hacia la pared frente a ella. El rostro aparecía reflejado de manera difusa en el bisel del espejo en que se peinaba cada mañana. La posición inclinada del cuadro junto con la curvatura del borde del espejo generaban la imagen de un extraño rostro inquisidor. Todo estaba más que claro: el supuesto rostro reflejado, visto fugazmente, y la gran imaginación con que contaba habían producido esa extraña sensación. Suspiró y se rió por la simple solución que había encontrado al misterio de esa mañana.
Ya dispuesta, ahora si, a prepararse el desayuno, sin embargo, descubrió algo que nunca había visto en el cuadro: debajo de la cama del niño que dormía, asomaba la punta de una valija azul. Lo primero que pasó por su mente fue la pregunta obvia: "¿Qué habría en esa valija?" Sin embargo, su primer reflejo fue mirar allí mismo, debajo de su propia cama, y ahí la descubrió: su propia valija azul. Suspiró y, mirándola, dijo en voz alta:
"Todo esto tuviste que hacer para que me acordara de vos"
La sacó de su lugar de abandono, le sacudió un poco la tierra y la puso sobre la cama. Con las manos temblorosas y los ojos mirando quién sabe a dónde, abrió los dos broches del frente, levantó la tapa y sacó su saxofón. Sus labios supieron posarse de memoria sobre la boca de aquel abandonado amante de bronce que, al ritmo de unos dedos blancos y flacos presionando sus teclas, exhaló la melodía más dulce que pudo oirse esa mañana en todo el mundo.
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