jueves, 9 de febrero de 2012

Homenaje a L. A. Spinetta

No voy a mentir, nunca he sido un fanático, nunca me he comprado un disco suyo (aunque alguna vez pensé en hacerlo) y no he escuchado por completo la obra del flaco Spinetta. Mi relación con sus creaciones fue intermitente, constituída de hechos aislados aunque de gran significación. La triste noticia de ayer a la tarde/noche y despertarme esta mañana escuchando Postcrucifixión y Plegaria para un niño dormido me genró la necesidad de escribir esta especie de retrospectiva de mis "encuentros" con Luis Alberto y su música.



Los sábados por la noche, cuando yo era chico, mi viejo practicaba su oficio de disck jockey en casa. El combinado (tocadiscos-casette y radio) estaba en el modular esquinero del living, de éste se desprendía una barra. A cada lado de esa barra nos sentábamos mi viejo, del lado de la música, y yo del lado del público y allí se sucedían los discos. Así fue como conocí la mayoría de la música que marcó mi rumbo posterior. El repertorio era, en general, ecléctico. Pasabamos de Baglietto a Jethro Tull o de Julio Iglesias a Deep Purple en cuestión de minutos. En esas vorágines de canciones incorreladas fue donde escuché por primera vez la voz de Spinetta y la música de Almendra. De un lado del single rockeaba Ana no duerme, del otro sonaba un dulce Muchacha ojos de papel. Sin embargo, aquel primer encuentro no había tenido la suficiente fuerza. Yo tendría siete u ocho años y, realmente, me atraía mucho más la potencia de Smoke on the Water.

Teniendo diez u once años, no recuerdo bien, la cosa cambiaría. Una mañana que andábamos por la Peatonal Córdoba (en Rosario, donde nací) entramos a la disquería que estaba antes de llegar a Mitre a mirar qué había. Era la época de Propuesta Joven en Canal 4 de Cablehogar, con Pablo Granados y Pachu Peña antes de que los conociera Tinelli. Me encontré el cassette que contenía canciones profundas como Bombacha veloz y El oficio de ser mamá y le pregunté a papá si me lo podía comprar. -Vos trajiste tu plata así que podés comprar lo que quieras. Yo me voy a llevar este. Esto es buenísimo.- me dijo mientras me daba a mirar un cassette que decía: "Almendra. Retrospectiva 1968-1972". "ah, y ¿qué es?" contesté mirándolo desconcertado; yo ni sabía que el disquito de Ana no duerme era de Almendra. -Cuando lleguemos a casa lo vas a escuchar- me respondió contento. Pagamos y nos fuimos a casa.

No voy a decir que fue una revolución escuchar ese cassette porque sería una exageración pero si puedo decir que hubo un click. Más allá del famoso Muchacha... había temas que eran muy poderosos. Me refiero a las letras. A esa edad yo ya andaba queriendo hacerme el escritor y las letras de Almendra eran raras: algunas tristes, otras profundas, otras naif... En fin, escuchar Fermín, Laura va, A estos hombres tristes, etc, abría un horizonte nuevo en lo que había escuchado. Cuando volví a escuchar Ana no duerme, entendí que hacía tiempo venía escuchando de vez en vez a esta banda, sin saberlo, cuando aquel simple de centro anaranjado iba a parar al tocadiscos.

Descubrí también que en casa había un cassette un poco olvidado con lo mejor del Rock Nacional de algún año de la década de 1980, supongo. Allí había un tema de una tal banda Pescado Rabioso, Blues de Cris, que me gustaba. Tiempo después entendí que esa había sido la segunda banda de Luis, otro nombre, una esencia similar. Estos tipos intentaban hacer música poderosa en un entorno en el que La felicidad ja ja ja ja era el hit del momento. Eran unos visionarios.

Así pasaron algunos años. Esos dos cassttes se la pasaban en mi grabadorcito junto con otros más nuevos como Yendo de la cama al living, El león, Lobo suelto cordero atado o El amor después del amor, en el que el flaco puso voces al fantástico Pétalo de sal de Fito.

Con el tiempo uno abandona un poco las escuchas repetidas del disco que al principio le encanta. Así Almendra quedó un poco al costado. En la secundaria, sin embargo, más o menos por tercer año, tomé la costumbre de escuchar la radio FM TL (sigla de Trabajdores Libres, significado que, tristemente, quedó en el olvido al pasar a formar parte de un multimedios). La TL pasaba sólo rock nacional. Más allá del sentimiento patriótico, del que realmente me siento orgulloso, me llevaba a escuchar rock nacional mi mala relación con el idioma inglés, el no poder saber qué demonios decían las letras de las canciones. Era menester saber qué decían y entonces tanía que escuchar rock nacional. A veces me decepcionaba un poco... qué se yo, llamar rock a la música de los auténticos decadentes, por ejemplo, me da que pensar. De cualquier forma, ahí apareció de nuevo el flaco. Era una cosa extraña porque sin anunciarse, con mucho sigilo, Luis Alberto pasaba por el parlante de la radio, se metía por mi oreja y jugueteaba con mi cerebro. Después se iba sin pedirme que lo recordara, sin decirme "comprame un disco". Él tipo dejaba su poesía y te decía: "pensalo"; después desaparecía. Así de sutil era con su Durazno sangrando o con Todas las hojas son del viento...

¡Todas las hojas son del viento! cómo demonios sacarse esa metáfora de la cabeza. ¿Con qué banda cantaba eso? Con Invisible, con Pescado Rabioso... no lo sé, ya lo dije, nunca fui un fanático, ni siquiera pude aprenderme con qué bandas hizo cada canción pero cuando llegaba su música a mi cabeza había que pensar y sacarse el sombrero ante él. También se podía vibrar con la potencia de algunos temas como por ejemplo Postcrucifixión: "Abrázame, madre del dolor. Nunca estuve tan lejos de mi cuerpo."

Algo pasó con el cassette de almendra, creo que se lo robaron del auto a mi viejo... Ya no podía escuchar "Dónde estás ahora que el viento borró tus manos". Por suerte, en quinto año tuve un compañero, Pablo Serrati, fanático del flaco, que me grabó el cassette de nuevo. Había recobrado una partecita mía que se me había perdido.

Después vino la facultad y, entonces, empecé a irme por las ramas por las que ando ahora. Me empecé a llevar mejor con el inglés y empezó a venir mucho heavy metal mezclado con música clásica y voces líricas. El rock nacional quedó un poco relegado.

En 2005, estando en Bariloche, alguien me prestó el disco doble de Los Socios del Desierto. Debo reconocer que me llevó algo de tiempo asimilarlo. Tenía que volver en el tiempo y en mi historial musical. Pero era necesario. Valía la pena. Bosnia, ese tema, en particular, me hizo y me hace estremecer cada vez que lo escucho. Esta vez, sentí la necesidad de más. Busqué y escuché todo Pescado Rabioso. De nuevo aparecían Blues de Cris y Postcrucifixión. Aprendí que antes que Fabiana Cantilo, el flaco ya había dicho que algo flotaba en la laguna. De vez en cuando vuelvo a escuchar esa disco lleno de mp3 del flaco, que armé en ese momento. En ese mismo CD metí La La La, disco compartido por el flaco mayor y el flaco menor que es Rodolfo Paez, alias Fito. De ese disco, en particular, me gustaba escuchar Grisel. No supe hasta mucho tiempo después, casi por error, que Grisel era un tango de Mores y Contursi.

El tango siempre estuvo ahí, en el rock nacional y en mi vida. De hecho, empecé a escuchar tango y hasta intento cantarlo. En ese intento y en ese camino que conlleva el aprendizaje del canto, ocurrieron mis últimos encuentros con Spinetta. El año anterior, escuchando el recital de alumnos de Ale Presta -todavía no me había animado a largarme pero ese sería el día de la decisión- Lau Gam cantó Grisel, la versión tanguera, por supuesto. Aunque Emiliano, que la acompañó con la guitarra, mencionó el hecho de que el la hubiese querido cantar a lo Spinetta. Alguien, después cantó Barro tal vez: uff.

Este año volvió a ocurrir. Recital de alumnos, ensayos y Melani diciendo "Si quiero me toco el alma, que mi carne ya no es nada". La piel se me puso como de gallina cada una de las veces que la ensayó y la vez que la cantó en el escenario. Volví a casa y tuve que escucharla de voz del flaco. Alguien, además, cantó Pétalo de sal. Inevitable, el flaco Luis Alberto Spinetta está y estará presente en todo lugar en que se haga música, se aprenda música, se hable de poesía. Los artistas, como el resto de los mortales, se van un día de gira por las estrellas y ya no vuelven. Los que nos quedamos un rato más y los que aún no vinieron nos quedamos con el regalo maravilloso de su obra. No es un consuelo. Es lo que hay. Todas las hojas son del viento, muchachos. Ya me estoy volviendo canción. Me atrevo a poner esas últimas palabras en una voz muy nasal, imaginaria y póstuma del gran artista que fue Luis Alberto Spinetta.

Gracias por tu arte, genio.

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